El Viento y un Plato de comida

Un vuelo me lleva a Izmir, la tercera ciudad de Turquía. Ahí mismo rento un coche al que hago tomar rumbo al sur, costeando el mar durante unos doscientos cincuenta kilómetros hasta una larga y montañosa península que sale a los mares.

Datça (Datcha)
Unos cién kilómetros a partir de la caótica Marmaris hacia el Oeste conforman la carretera de la tranquila y todavía veraniega Datça.
Bosques de pinos y almendros sobre rocas que observan pequeñas bahías y archipielagos de esta que es la frontera entre el Mar Egeo y el Mediterraneo.

Poco más allá de la mitad del camino está la ciudad que lleva el mismo nombre y que no es más que un lindo pueblo turístico con una sola avenida principal, una marina bastante grande y varias playas con pocas olas.
Ahí un casa/hotel administrado por una señora alemana muy simpática que se hace acompañar por un hijo que vive con los ojos rojos y vidriosos, una hija y cinco gatitos con perfil egipcio que buscan las manos de los huespedes para ronronear a discreción ante cualquier gesto de aprobación.

Esto es un lugar de descanso y mi presencia acá se convirtió, acorde a las circunstancias, en un constante comer y dormir. La alberca se filtraba en el itinerario pero los mezes, las cervezas y los ronquidos fueron la constante.

Knidos
Esta península tiene una historia importante y es que los vientos de la zona son fuertes y en la punta hay dos bahías que formaron un próspero puerto Dórico que data de 400AC y en el que se detenían los barcos en su ruta al norte.
Acá hay una ciudad que los ignorántes entendemos como griega y que esta bastante bien cuidada.
Las ruinas incluyen el Palacio de Afrodita en el cual se erigió por primera vez en la historia una estatua femenina.

La zona arqueológica esta rodeada de un mar azul profundo impresionante y al que se llega por una carretera costera verdaderamente escénica. Aunque por primera vez dejo el mar en segundo plano porque a medio camino, en mitad de nada, hay un pueblo de un puñado de casas y sobre la carretera está el restaurant «Yakamengen Kafe» en donde, sin miedo a equivocarme y después de diez países recorridos en esta aventura, tuve la mejor comida alrededor del mundo.

Camino de vuelta pasé por Efeso, el sitio arquelógico más importante de Turquía que esta bien restaurado y que habla de la importancia histórica de estas costas. También una cena en la moderna y orgullosamente liberal Izmir que tiene un toque Europeo inédito en las otras esquinas de Turquía.

Sin duda vino lo mejor para el final.
Turquía me deja enamorado, emocionado, energizado y listo para regresar a caminos conocidos.
Estos meses son sin duda la mejor aventura de mi vida, salí a descubrir el mundo y me descubrí a mi mismo de vuelta.

Toca subirse de nuevo a un avión y volar a la ciudad que tanto me ha marcado y de la que me debo despedir.

Bonsoir Paris.

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2 Respuestas a “El Viento y un Plato de comida

  1. Que buena frase final de este capítulo! Vaya que ha sido un viaje especial y mágico! Gracias por compartirlo xq nos has llevado contigo en la maleta. Un abrazo!

  2. Hola Gabriel. Qué buena experiencia. Te seguimos desde el primer día. Cuando termine tu travesía, va a hacernos falta tus relatos. Sigue encontrándote con tantos mágicos lugares. Un abrazo.

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